Quienes hayan tenido contacto con la industria metalúrgica más ancestral, sabrán seguro que relación tiene el ajo, un macho de roscar y el acero.
Antiguamente era muy habitual ver ajos en los talleres metalúrgicos, y seguro que muchos los han visto e, incluso, los han visto usar, en el momento de mecanizar, de forma manual, una rosca en una pieza de acero, mediante la herramienta para generar la rosca (bien sea macho o hembra, terraja), en una pieza de acero, pero no muchos saben por qué.
El ajo fresco contiene un compuesto llamado aliina. Al rallarlo con el macho de roscar, se produce una catálisis de la enzima alinasa y la aliina se convierte en alicina. La alicina es un compuesto azufrado y el azufre eleva la “maquinabiIliad” del acero. El azufre en los aceros forma inclusiones de sulfuro de manganeso, que actúa como elevadores de esfuerzos en la zona de corte primario. En consecuencia, las virutas producidas se rompen con facilidad y son pequeñas, lo cual, facilita en gran medida el trabajo de generar la rosca -que es puramente un trabajo de mecanizado por arranque de viruta-, mediante herramientas manuales. Sobretodo lo es, en algunos tipos de acero, muy en especial los de la serie 300. Además, el ajo desprende un aceite que, junto con el azufre, se configuran como un tándem perfecto.
Así que, era muy habitual ver en los talleres de antaño, cómo se rallaba ajo en los machos de roscar, cuando se quería mecanizar, de forma manual, una pieza de acero y no se disponía de azufre.